noticias , playlist Domingo, 15 febrero 2015

Toca otra vez ese solo, Slash

César Bedón

Artista y productor. Fue editor de cultura de la revista Velaverde en la primera mitad del 2013, conductor en RPP y Radio Capital. Publicó el libro "Un sol que en invierno". Actualmente dirige la plataforma de arte Machucabotones, junto con Leslie Guevara.

¿Cuál era la idea de rebeldía que manejaba yo a los 16 años? Es complicado saberlo ahora, pero sospecho que la idea de rebeldía era entre otras cosas no ir a misa, no cortarme el pelo, no bañarme a menos que fastidiaran mucho, decir lisuras (fuera de casa), leer un libro llamado «El anticristo», tocar guitarra eléctrica muy fuerte sin saber tocar guitarra, pintar con lápiz el vello púbico en las Barbies de mi hermana. Cosas así. La adolescencia tiene su locura.

Guns N’ Roses eran rebeldes. Slash era un rebelde, fumaba. Yo también fumaba cuando podía, y tenía la cinta VHS de Guns N’ Roses en Japón, comprada en Polvos Azules: la veía mucho en el cuarto de mi mamá, que era donde estaba el VHS. También tenía una cinta VHS de Sepultura en vivo.

Era paja ver a Guns N’ Roses tocar porque eran conchudos, hermosos y jóvenes. La música era extraordinaria, eso lo sé ahora, pero a los 16 años la música no es únicamente música. Uno está buscando imágenes.

Cuando no había nadie en la casa entraba al cuarto de mi mamá y ponía mi cinta de Guns N’ Roses (mi parte favorita era el inicio, la banda apareciendo desde la oscuridad para hacer música a todo volumen). Me daban ganas de cantar sin saber las letras y de moverme frente al televisor porque nadie me podía ver, pero había algo más: las escenas me emocionaban porque sentía que lo que estaba sucediendo en el escenario era importante, que la manera de cantar y de moverse de estos músicos –su manera de ser– se relacionaba con algo que yo quería lograr, pero no encontraba la manera de lograrlo.

Había una energía muy adolescente allí, supongo.

Era claro que el centro de la banda hacia 1992 eran Axl y Slash corriendo por el escenario ante público que pagaba dinero y hacía cola para verlos: Slash saltaba de una rampa metálica a otra con un cigarrillo en la boca, la idea de un concierto musical era moverse en todo momento sobre el escenario, las luces parpadeaban, se miraba al público con algo de rudeza o de plano se le ignoraba, había un regocijo muy grande en el uso del «fuck» y sus variaciones.

Rock que aún hoy me emociona, como el de Guns N’ Roses en su primer disco, es rock que piensa en sexo, en drogas, en policías, en sexo, en amor, en pelearse, en sexo. Es rock que tiene muchísimo que ver con adoptar una pose. Es música que vibra en cierto nivel de agresividad controlada: el vocalista grita, la guitarra grita, pero la ejecución no rompe los patrones melódicos, la música es siempre agradable. Y eso está muy bien. Es música agresiva que no asusta, es música agresiva hecha para gustar. Es la agresividad como espectáculo: la pose, la estrella de rock. La adolescencia.

PARÉNTESIS

Luego apareció Nirvana y la idea cambió: la adolescencia no podía tener que ver con esto, había que ser real, un verdadero músico de rock no adopta poses de superestrella… Desde luego, lo que acabó instalándose fue otra pose: la del chico confundido que formó una banda con sus patas y de pronto se encuentra en la cima de la popularidad… sin saber qué hacer. Son los noventa, la época de Kate Moss y del Prozac. La música rock tenía que ser directa y agresiva porque la pureza estaba en eso, ahora Kurt Cobain puede salir al escenario ante público que paga dinero y hace cola para verlo vestido con pijama, con la mirada drogada, gritando, pero no dentro de un código de sensualidad, sino dentro de algo que es un poco lo opuesto: una pulsión de muerteAhora lo popular es Nirvana, y en su música la emoción que prevalece es la angustia. Todas las estrellas de rock quieren validarse hablando de sus pasados miserables.

La idea de honestidad en la música rock a inicios de los noventa consiste en evitar los adornos, o sea que adiós a los churriguerescos solos de guitarra de un músico llamado Saul Hudson, conocido internacionalmente como Slash.

CIERRE DEL PARÉNTESIS

Slash tocaba con el torso desnudo y con pantalones de cuero negros. Tenía una guitarra dorada, curvilínea: la tocaba con la correa baja, a la altura de la pelvis. Cuando tienes 16 años esas cosas importan mucho, y yo creo que una de las bellezas del rock es que se trata de un género básicamente adolescente. Supongo que en la adolescencia hay una idea del desenfreno operando, y la imagen que proyectaba Slash se correspondía con esa idea. Se ha escrito mucho sobre la guitarra eléctrica como símbolo fálico, del solo de guitarra como acto masturbatorio: no añadiré más. El rock es, sin duda, sexo.

Creo que la belleza de la imagen escénica de Slash, sin embargo, tenía que ver más con el interés de Hudson por esconder su propio rostro tras el pelo y el sombrero (su uso del sombrero delata un sentido del humor, me parece: cierta idea de la locura está asociada al sombrero de copa desde «Alicia en el país de las maravillas»).

Todos hemos querido esconder el rostro cuando éramos adolescentes. Yo tenía granos y andaba encorvado, tratando de evitar miradas. Esconderse es un acto interesante en Slash, porque se contrapone a la idea clarísima de exhibirse: como suele pasar con los introvertidos, y es obvio que Slash es uno de ellos, su componente exhibicionista está muy desarrollado. Como Hendrix, por ejemplo, suele colocarse al borde del escenario arrodillado, adorando su propia guitarra mientras toca. La idea de climax en una canción contempla tirarse al piso como un niño de cuatro años y tocar un solo muy rápido manteniendo la guitarra cerca del rostro, improvisando en un estado de abstracción total, casi autista. Ante miles de personas y cámaras de TV.

Me parece que esa contradicción es interesante: esconderse y al mismo tiempo exhibirse, que es en buena cuenta la idea que está detrás del uso de un disfraz. ¿O acaso no hay algo de disfraz en la personalidad escénica de Slash?

Hablo del Slash que recuerdo, hace quizás 25 años. El tiempo pasa, y no sé si él continúe tirándose al piso hipnotizado por su propio solo de guitarra. Espero que no. Sé que ya no fuma.

Necesitamos a nuestros héroes cuando somos jóvenes (los necesitamos siempre). El rock es bello porque los músicos, cuando trabajan con honestidad, representan en el escenario una posibilidad nuestra, algo que a nosotros nos gustaría ser. Son un poco como los actores. Y nosotros saltamos en calzoncillo en el cuarto de nuestra mamá, agitando la cabeza. Nos emocionamos cuando los músicos muestran con agresividad el dedo a su público porque eso es lo que nosotros quisiéramos hacer con todo lo que nos rodea a los 16 años. Todo está cambiando rápidamente y no hemos sido consultados. Nosotros mismos nos estamos transformando. El mundo es duro. La música es un espacio en el que somos siempre bienvenidos.

Todo esto para decir que Slash viene a Lima. Me dieron ganas de ir a verlo.

Slash era lo máximo. Extraño a Slash.

Toca otra vez ese solo de November Rain, Slash.

P.D.: La producción de Slash luego de Guns n’ Roses no me atrae lo suficiente, aunque puede que no la haya escuchado con atención (este tema, sin embargo, está en algo). Los dejo, pues, con esta canción cuyo riff central (muy funk) fue compuesto por Slash para una colaboración con Lenny Kravitz que terminó llamándose «Always on the run». Fue un pequeño hit, y aquí está Kravitz tocándola en 1992 junto con los Guns N’ Roses. Me ha alegrado la mañana.

Un abrazo con todos.

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César Bedón

Artista y productor. Fue editor de cultura de la revista Velaverde en la primera mitad del 2013, conductor en RPP y Radio Capital. Publicó el libro "Un sol que en invierno". Actualmente dirige la plataforma de arte Machucabotones, junto con Leslie Guevara.